A una edad en la que las hormonas están en una revolución constante y los "problemillas" emocionales - y a veces físicos - sólo sirven para declarar la guerra con propósito de conseguir una revolución hormonal mayor, he tenido el tiempo justo para preguntarme: «¿Soy egoísta?», y: «¿pienso demasiado en mí mismo?».
Por un lado estámos los débiles - que somos fuertes a la hora de interiorizar nuestras vivencias más desastrosas - y también los débiles que son débiles para todo.
Por otro, están los fuertes, o los que aparentan serlo; gente que, a simple vista, no se encuentra ningún defecto.
Cada uno tenemos nuestra propia manera de pensar, de ver las cosas, de opinar sobre algo y también, como es obvio, de interiorizar, es decir, de crear un velo entre nosotros y el resto para no hacer detectable ningún indicio de flaqueza.
Por supuesto, antes de llegar a plantearme todo lo anterior, he llevado a cabo otra pregunta; una pregunta que suena más cruel que el denominarse a uno mismo egoísta: «¿Por qué somos capaces de encontrar el fallo en el amigo, en el compañero, en el vecino, etc., y resulta tan difícil encontrarlo en nosotros mismos?», y: «¿hemos sido siempre igual de críticos o las hormonas nos preparan para, ya sin revolución homonal en exceso, ser los críticos de lo ajeno?».
Llegados a este punto yo voto por una simple chispa de humildad. ¡Qué pena que suene tan utópico!
S.H.M. - 4/11/2010
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